Clases para nadie: el berrinche oficialista y un nuevo ataque al poder judicial

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El Gobierno Nacional ataca a la Corte Suprema por sostener la autonomía de la CABA

Por Heráclito Gómez

Les propongo hacer un ejercicio de evocación, y volver por un momento a cuando éramos niños. En aquellas épocas solíamos hacer gala de nuestro egoísmo hasta que nos quedábamos solos y entonces la cosa cambiaba. A quién lo le paso tener un amigo que por ser el dueño de la pelota quería imponer reglas que no eran las aceptadas por todos, por el sólo hecho de la posesión de la pelota, lo que derivaba en una discusión o, sencillamente, en abandonar el partido y dejar a nuestro amigo con su berrinche.

Algo parecido, pero más peligroso por el daño institucional que provoca, es lo que viene haciendo el gobierno nacional con el tema clases presenciales y la Ciudad de Buenos Aires, a la que a todas luces quiere doblegar para gobernarla desde el Instituto Patria y no desde el palacio de gobierno de la ciudad que es lo que corresponde.

Ayer, salió el fallo de la Corte Suprema, que vuelve a ratificar la autonomía que la Constitución Nacional otorga a la CABA, y desde el presidente para abajo, salieron a cuestionar esta decisión, más por berrinche que por razón, articulando una serie de discursos falaces, tales como que a la corte no la votó nadie, o que una emergencia puede llevarse puesta toda institucionalidad.

La base de estos argumentos es falaz en sí misma, porque pensar que un gobierno porque lo hayan votado tiene luz verde para sepultar las reglas de juego en nombre del peligro causado por un virus es ilusorio. El voto no otorga derechos divinos, que es lo que pareciera invocar el presidente y sus vasallos, una especie de vuelta a la edad media, en donde la autoridad no se discute, y a lo sumo se “aprueba” mediante el voto, las decisiones emanadas de una autoridad imbuida por lo divino o lo sagrado.

Por otro lado, apelar a la reforma de la constitución o a la remoción de jueces, no contribuye a la calidad institucional, sino más bien, pareciera los conatos de autoritarismo que exhibe constantemente un gobierno acosado por los fracasos económicos, sanitarios y sociales, de los cuales busca compartir culpas con otros poderes, a punto de partido de su propia incapacidad.

Muchas provincias han mantenido clases presenciales, aún a pesar del aumento de casos. San Luis es una de ellas, y esta decisión se basa en el profundo trabajo que muchos de sus funcionarios han puesto para que les escuelas funcionen con la mayor normalidad posible dentro de protocolos que permitan el cuidado de la salud en un contexto de enseñanza – aprendizaje. Pero eso no parece importar, lo que si importa para el gobierno nacional es responsabilizar a CABA de los errores sanitarios y de gestión de un frente que no termina de convencer ni a los propios.

La creación del AMBA como espacio de gestión conjunta, no admite como contrapartida una cuestión jurisdiccional diferente, es tan sólo un espacio de articulación de políticas, nada más. Pero el kirchnerismo insiste en darle una entidad jurídica que no tiene, y se enoja cuando el poder judicial no le da la razón.

Lo peligroso de esto, es pretender desconocer las reglas de juego y las instituciones que todos aceptamos como válidas, y salir a pedir la destrucción de uno de los poderes en nombre de un valor supremo que no logra calar en la mayoría de la población. Lo que más preocupa hoy, es esa necesidad de avanzar sin importar nada, con el consecuente peligro de ir transitando hacia un estado autoritario gobernado por sucesivos tiranos que se arroguen la suma del poder público para cuidar a los “ciudadanos idiotas” que no pueden hacerlo por sí mismos.

A pesar de que pueda molestarle al oficialismo, el republicanismo no está en discusión, lo que si está cuestionado es el hambre voraz por carcomer las instituciones que le dan vida y sostén a una democracia que, aunque imperfecta, es mucho más necesaria que un gobierno déspota, con un tirano desquiciado al frente. Alberto es nuestro Calígula de la posmodernidad, sólo nos resta saber si las ideas se le ocurren solo, si se las dicta Cristina o su perro Dylan.

Redacción

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