Juan Gilli: «Veo en la naturaleza algo que me supera en entendimiento»

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Juan es un pintor radicado en Villa de Merlo. La naturaleza es su musa, aunque no pinta lo que ve, sino lo que siente. Una historia de vocación y maduración, que se nutre de los paisajes puntanos para llevarlos a la ciudad.

Las sierras y arroyos de nuestra provincia son el sustrato y la esencia del arte del Gilli. Foto: Gentileza.

Tuvimos la oportunidad de conversar con Juan Gilli: tiene 43 años, y descubrió su vocación siendo adulto. Su historia puede pensarse como aquellas donde la insatisfacción motoriza grandes cambios: para acertar hay que cometer errores también. Los 9 años que lleva pintando incluyen 40 muestras, y más de 900 pinturas. Su trabajo, y su pasión, es transmitir lo que en él produce la creación, para ponerlo en una tela.

Los lugares, las luces y los colores que inspiran la obra de Gilli forman parte del mismo conjunto en el que habitamos. Nos explicó el concepto de la «casa común»: nuestro planeta, que en su diversidad habilita realidades disímiles, incluso antagónicas. Su mensaje e intención está ahí: en compartir lo que tiene gracia de ver, poner la naturaleza en donde la ciudad lo permita.

Para el la pintura es sensación y artificio: el retrato que captura es siempre sensorial, fidedigno por ser vivido. No busca imágenes precisas, porque para Juan el arte es siempre transformación de lo natural. Así, su obra gana en riqueza, porque el ojo que completa su retrato es el del espectador. Arroyos, sierras y flores son lo que Gilli lleva a Buenos Aires para conquistarla, emulando al poeta merlino Antonio Esteban Agüero.

La entrevista completa se reproduce a continuación:

¿Adonde se remonta tu interés por el arte y la pintura?

Primero gracias por la entrevista, está buenísimo compartir lo que hago con mi trabajo, que es pintar cuadros. Pinto la naturaleza, la pongo en una tela y la muestro. Siempre estuve rodeado de artistas, y trabajaba para marcas de ropa como vendedor, pero estaba insatisfecho con mi vida: me preguntaba cual es mi destino, mi vocación, pero tenía quilombos donde trabajaba porque era muy atómico y quería hacer las cosas de una manera particular.

Mis amigos eran pintores y vivía en casa de un pintor, pero no pintaba nada. A los 34 años discutí con un pintor para el que trabajaba: me echó y pinté una acuarela sin saber nada. Llamé a la persona para la que trabajaba y le re gustó. Después el se la mostró a una galerista y ella me invitó a pintar un mural. Desde ahí pasaron 13 años en los que nunca más dejé de pintar. Cada vez me involucré más con la pintura.

En mi familia nunca nadie había pintado, se encontraron conmigo y empezaron los miedos: «buscate algo en lo que tengas obra social», «¿De qué vas a vivir?». Hoy gracias a dios toda mi familia me apoya.

Qué loco y que increíble que haya empezado así, con ese inicio. ¿Cómo te sentís vos al ver tu recorrido como artista?

Muchas veces cuando voy a dar una charla o hago una muestra me preguntan como hago con la pintura, para vender y mostrar el trabajo. Y me doy cuenta de que estos trabajos, como la pintura, la música, el canto o el teatro, ese universo más escénico, despierta miedos en la gente. La gente tiene miedo a vivir de eso: hay una ilusión de hacer algo y muchas veces no se da. A veces vienen periodos en donde no vendes un cuadro durante mucho tiempo y no es que me voy a hacer otra cosa: pinto más. Mi decisión está en pintar, y hago lo mejor que puedo. Los resultados los dejo en manos del destino. Me gusta la guita, pero lo mío es una vocación y me siento vivo. Hoy cuando comparto una muestra la acompaño de un concepto: compartir lo que fui viviendo.

En la muestra «Finos Valores» me llamó la atención algo que dijo el Papa Francisco, aunque no tengo nada que ver con lo religioso. Hablaba de la «casa común», porque estoy pintando en la sierra o los arroyos en San Luis y no hay ni una botellita tirada. El agua te la podes tomar, es todo muy puro. Y en esta muestra quise no solo mostrar lo que pinté, sino compartir lo que tengo en gracia de ver. Es importante «tirar la semilla», pensar que es la única casa que tenemos y hay que cuidarla, y cuidarnos entre nosotros. Con los años y la maduración uno va logrando darle un marco a lo que uno hace.

«Es todo tan marcado que parece orquestado». Foto: Gentileza.

Excelente. Se que elegís la naturaleza como inspiración para tus obras: ¿Qué significado tiene para vos retratar en el lienzo esos paisajes y lugares?

-No soy un pintor que pinta perfecto lo que tiene en frente. Apunto más a pintar lo que siento. Cuando copio algo de la naturaleza lo vuelvo artificial. La palabra «arte» sigue esa línea: es un artificio. Veo en la naturaleza algo que me supera en entendimiento. A veces ver como una abejita llega hasta un girasol, saca el polen y se va volando con una autonomía y dirección increíble es genial. Es de día, es de noche, es invierno, es verano: es todo tan marcado que parece orquestado. Veo algo en la naturaleza que se esconde y no lo puedo ver, pero está ahí insinuándose y me llama la atención, al punto de querer dejar un retrato pictórico de eso.

Las cosas simples del cotidiano donde vivo parecen de otro planeta cuando las muestro. No busco mostrar la cosa como es, sino insinuársela al espectador para que el cierre la pintura. Muchas veces la gente dice «este cielo es de San Luis por el color naranja» y me copa eso, más acá en Buenos Aires.

Bien, justamente era una de las preguntas que tenía pensadas para vos. ¿Qué te genera poder llevar esos retratos de la naturaleza que habitas a la ciudad? Me pareció interesante el mensaje detrás de esa intención.

-Hay una mensaje en toda esta muestra. Hay un poeta en Merlo, llamado Antonio Esteban Agüero, de quien no se bien su historia aunque siento identificación con lo que piensa y lo que escribió. Hoy lo veo super moderno, porque así de loco es el arte: algo que en su momento pasó desapercibido termina siendo totalmente contemporáneo con el tiempo. El decía que venía a Buenos Aires a conquistarla con cóndores y pumas, y yo vengo trayendo arroyos, árboles, cielos. Y meterlos es muy impactante, hace un contraste buenísimo.

Me gustaría saber como se produjo tu llegada a la provincia.

-A San Luis llegué hace más de 15 años acompañando a un amigo. Era temprano y estábamos en verano, fuimos a un arroyo cerca donde había una olla: yo no tenía maya. Mi amigo me dijo «sacate todo que acá no hay nadie». Me metí al arroyo, tomé el agua y flashé. La inmensidad de las sierras alrededor, con las quebradas que caían al arroyo. Después vimos a unos chicos jugando al fútbol, y cuando terminaron uno fue a tomar agua de la acequia. Esa imagen fue una locura.

Es lo habitual para la gente de Merlo, pero para el de afuera es una locura.

-Claro, acá tenes la botellita plástica y allá se tiraban al cordón a tomar agua. Y a mi me gusta esa libertad. Todo me llevó a Merlo a la hora del cambio de vida. Más allá de su geografía increíble, San Luis está ubicado estratégicamente, en el centro. Me queda cómodo viajar a cualquier lado con mis obras.

¿Consideras que el lugar que elegiste para vivir enriqueció tu manera de hacer arte?

Pintaba arroyos y montañas estando en la ciudad. Desde que estoy en San Luis cambió toda la paleta de colores, pero lleva tiempo capturar el color. Pintar y entender el cielo de San Luis me llevó 5 años: cambia tan rápido que en un momento tenes un cielo celeste y en una hora se puso naranja. Entender esos tiempos conlleva un proceso. Pero Merlo cambió todo: mi forma de pensar, de vivir. Lo que pinto refleja también esto de des-acelerarse, y todo eso se produjo en San Luis.

Es un lugar muy equilibrado, y para mi laburo que implica estar al aire libre es ideal.

Genial. Quisiera preguntarte algunas cosas sobre tu muestra en Milión. Nos explicaste que es una muestra permanente y quería saber como surgió la idea de armar esa muestra.

Milión queda en Buenos Aires, en Paraná 1048. En principio eran seis dueños, que agarraron una casa gigante de 4 pisos. Abajo tenían jardín y restorán, arriba una barra con coctelería y en el último piso una galería de arte. La gente suele alquilar los cuartos que tienen cuadros para eventos. Es genial porque cualquier persona que anda de viaje por Buenos Aires pasa por el lugar y mira la obra. A mi me hace sentir agradecido: es un lugar genial, está siempre abierto, los cuadros están bien iluminados.

¿Te acompañaron otros artistas el tiempo que duró tu exposición ahí?

-Para esta muestra quise probar cosas nuevas. Invité a Luci, una amiga que es DJ y pasa música con la compu. Y también a otro amigo que toca música house con vinilos. Siempre venía un violinista con un cantante, o un pianista, y para esta ocasión quise volcarme a la electrónica para ir mezclando nuevas cosas.

El viernes pasado se proyectó el adelanto de un documental de un cineasta llamado Martín Casas, que estuvo un año filmándome las 24 horas. Estábamos en Buenos Aires y me emocionó ver en esas imágenes al almacenero, al carpintero, los lugares merlinos que tienen cuadros -Merlín, Fermín, Entre Negros-. Aparecían todas mis cosas diarias en San Luis, en un cuarto en Buenos Aires: el público veía gente descalza, caminando en el arroyo, y no son cosas comunes para la mayoría. Más que una muestra fue una semana en la que pinté en vivo, estuve con amigos y se hizo algo más colectivo.

El otro día salí con una caja de pinturas y me crucé un señor viejito que me decía «Uy pibe ya no se ve gente como vos pintando al aire libre». Y fue loco eso. Pero la muestra estuvo bien pensada: me tomé un año para armarla.

Su obra completa las paredes de Milión, emblemático rincón de Recoleta. Foto: Gentileza.

¿Fue tu primera exposición física y presencial?

-En la pandemia empecé a buscar material, porque no se vendía nada y no llegaba el óleo. No podía dejar de pintar, y con Milton, mi asistente, encontramos un documental de Antonio Berni. Berni estaba en París en la dictadura, pero le cortaron los suministros y tuvo que volver a Argentina. Estaban encerrados en el país y no les llegaba el óleo: la situación era distinta, pero parecida. Berni se las ingenió, y buscó un material que dure en el tiempo y refleje la luz como el óleo. Estaba lleno de plástico, y toda su obra se basó en usar basura.

Entonces les dije a los chicos del documental lo importante de registrar esto y «pasar la antorcha» a quienes sigan este camino. Esto del documental me alienta, porque al momento de verlo te encontras a vos mismo, con tus convicciones e ideales, y con lo que uno elige vivir. ¿Un poco era por ahí la pregunta, no?

Si, también me parecía importante conocer que sensaciones te dejó el reencuentro con el público.

-En la cuarentena tuvimos bastantes muestras, todas virtuales. Ese paso a lo virtual fue muy fuerte. Apenas empezó la pandemia la Cámara de Diputados me convocó para hacer una muestra de algo «alegre». La muestra se llamó «Anhelo de Jardín», y reflejaba esas ganas de volver a salir. Trabajar online fue muy loco, porque tenes que pasar todo lo físico y analógico a una pantalla, y lograr que la gente pueda sentir un poquito más de lo que genera un foto en una red social.

Filmamos tomas caminando en calles de tierra y pusimos la cámara en el arroyo, para que la gente pudiera sentir aquello de lo que estaba privada.

Cuando volví a lo físico terminé tres días durmiendo. Sentí la falta de entrenamiento de lo físico: me copa el equilibrio, el trabajar la cabeza y el cuerpo. Y fueron muchos días de cabeza. En el viaje mismo sentí el doble de cansancio del normal, pero se pagó solo porque fue una de las mejores muestras que hice, o la mejor. Valió la pena.

Foto: Gentileza.

Guido Raza

Decidí que lo mío era la Comunicación a los 15 años. Soy alumno de la Facultad de Comunicación en la UNC y me especializo en Comunicación Institucional. Elegí La Voz Puntana como el lugar para informarme e informarlos.

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