Nos acostumbramos
La violencia policial en San Luis sumó un nuevo capítulo esta semana, y tristemente ya no sorprende. Agustín Ceferino Gómez fue a denunciar que un hombre adulteraba bebidas en una fiesta, pero terminó siendo baleado por un policía en Naschel.
La placa y el chaleco sumaron una nueva mancha de sangre, y ya son tantas que hasta el brilloso metal se tornó opaco. La madrugada del lunes Agustín Ceferino Gómez fue a la Comisaría 24° de Naschel: quiso denunciar que un hombre adulteraba las bebidas con pastillas en una fiesta clandestina. Sin embargo, su denuncia no solo no fue escuchada, sino que salió de la sede con 25 perdigones de goma incrustados en el cuerpo.
Su madre, Natalia Pereira, cortó el sueño nocturno con el llamado de un sobrino: la voz al teléfono decía que su hijo estaba en el Hospital de Naschel, donde le curaban las heridas de bala. La mujer relató que su hijo fue atendido por un policía conocido como Leandro, que suele patrullar las calles de su casa. También aseveró que no quiso tomar la denuncia de su hijo, excusándose en que no había pruebas ni testigos.
Tras la negativa, el joven y el policía discutieron y forcejearon dentro de la sede. Gómez había bebido alcohol: se había reunido con sus amigos en una plaza, y en ese momento recordó lo visto la noche anterior. Una vez en la sede, dijo a los agentes presentes que todos sabían de quien hablaba, ya que es un lugar chico y todos saben quien maneja las cosas. El agresor respondió a su incriminación: «¿Qué sabes vos?» apuntó el policía contra el joven. Con el aumento de la tensión, ambos forcejearon hasta que Gómez impactó contra una ventana del lugar.
Cuando se decidió a salir, Leandro le disparó de espaldas y desde una ventana. Quiso correr, pero no pudo moverse: el dolor causado por los perdigones lo plantó en el lugar. Recibió asistencia médica en el hospital local, y tras el alta fue a denunciar lo ocurrido en la sede policial.
Procedimiento conocido
La policía actuó enseguida: pasaron a disponibilidad al policía para determinar que responsabilidad tuvo en el hecho. Repitió el mismo movimiento por el que se deslinda de sus partes más putrefactas, aunque el germen de la violencia viene desde adentro. De una formación que abre la puerta al abuso de autoridad, al mal uso de la fuerza, y que facilita las complicidades con aquellos de los que todos saben, pero nadie dice.
Nos acostumbramos a que ese sea el peso de delatar, de revelar lo que otros padecen en silencio. A que la violencia sea la moneda con que se paga una denuncia policial, y a no ser cuidados por quienes lo juraron ante una bandera que los mira poco orgullosa.