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La reclusión como política sanitaria de estado

Por Heráclito Gómez

Algunos recordarán esa película de Bill Murray “El día de la marmota”, en dónde el protagonista vuelve una y otra vez al mismo día, en un bucle temporal, hasta aprender aquello que se esperaba lo hiciera salir de la situación en la que se encontraba. En el filme, era el amor de la protagonista. Pero en la Argentina, calco y copia de lo absurdo, el bucle temporal es de los políticos y no de la gente.

Mientras la población aprendió a convivir con un virus, como ha hecho a lo largo de toda la historia de la humanidad, los políticos vuelven una y otra vez al 20 de marzo de 2020, a ver si esta vez aprenden algo, pero no, el político argentino tropieza más de tres veces con la misma piedra, aunque la misma tenga el cartel de “no pisar”.

 Los argentinos, mayoritariamente, no queremos más limitaciones en el orden de nuestros derechos, si cuidado y protección, que es lo que uno ve cada día cuando sale a la calle: gente con barbijos, negocios que no dejan entrar clientes si no cumplen con los protocolos, y el alcohol en gel que se ha convertido en parte de nuestra vida cotidiana, como el celular o el café. Josep Vincent Márquez solía reflexionar sobre estos actos de la vida cotidiana sobre los cuales, la mayoría de las veces, tendemos a naturalizar, aunque su esencia sea social.

Es decir, todos hemos naturalizado que hay una pandemia, aunque los números no reflejen nada diferente de lo que ha sucedido en otros años en el mundo respecto a las enfermedades de índole respiratoria. No obstante, nuestra vida cotidiana se ha transformado para adaptarnos a esa situación: trabajamos, compramos, amamos y hacemos lo de siempre en el marco que nos han impuesto las élites “sanitarias” mundiales.

Pero para el gobierno nacional, y algunos fundamentalistas que pertenecen a él, no alcanza con esto. La culpa ahora es de la gente por reunirse, por querer vivir y tratar de normalizar su vida en un contexto distópico y ajeno. Pero parecieran olvidarse que las grandes aglomeraciones humanas, que traen el fin del mundo, según los infectólogos que asesoran a Alberto y Cristina, fueron organizadas y patrocinadas por el mismo gobierno que hoy nos pide que nos encerremos.

Sin ir más lejos, y aunque parezca trillado, el velorio de Maradona y las marchas verdes (sin contar las innumerables marchas que se dan día a día en la ciudad) fueron promovidas y avaladas por un gobierno impotente ante la cuestión sanitaria. Y sin tratar de caer en el hecho, de que las primeras vacunas disponibles, aún a sabiendas que iban a ser difíciles de conseguir, se las aplicaron las élites políticas y su militancia, hoy, como en el día de la marmota, volvemos nuevamente al encierro, con el eufemismo de “restricciones”.

Mientras la “gente” en todo este tiempo se adaptó al virus, a convivir con lo incierto, con la posibilidad del contagio, y con el cuidado, para darle algún grado de certidumbre a su vida cotidiana, la política esta cada vez más desorientada y atravesada por las necesidades de una coalición política que lo que pareciera buscar es seguir haciendo negocios sin que la ciudadanía controle, e instalar el miedo para avanzar sobre la justicia y dejar a Cristina “limpia” de culpa y cargo.

La pandemia es hoy una necesidad de la política, no de la gente, que está preocupada en seguir sobreviviendo. Desde el trabajador al pequeño empresario o comerciante, pasando por el desocupado o vendedor ambulante, todos viven el día a día, tratando de rearmarse luego de un año como el 2020 que será recordado como el año de la “crucifixión” de la humanidad entera, ya que millones han sido arrojados cruelmente de la vida, privados de sobrevivir, por una dictadura sanitaria mundial que no tuvo un solo acierto positivo.

El “super hombre” nietzscheano de la revolución industrial ha muerto, y está dado paso al “homo reclusis” de la postmodernidad, un individuo aislado, productivo dentro de cuatro paredes para un capital que ni siquiera tiene rostro, es virtual. Y la política avanza con este capital, porque se necesita de ella para el control de los cuerpos, algo quizás más foucaltiano, aunque no soy muy partidario de sus ideas, pero casi podríamos decir que la política sanitaria de la reclusión es el nuevo esquema de poder que utilizan los gobiernos para meternos de lleno en la “cuarta revolución industrial”.

El kirchnerismo, y la izquierda en general, lejos de ser “nacional popular y revolucionaria”, son realmente globalistas. Son el nuevo instrumento de ese capital tiránico, sin rostro y sin cuerpo, que ha logrado canalizar las esperanzas de millones de seres humanos para encadenarlos a las sombras de la historia, donde el conocimiento y la verdad han dado paso a una vida vacía y carente de sentido.

El encierro o reclusión sanitaria no es la consecuencia de la pandemia, es su causa directa, su necesidad. No hay imposición política ni cambio posible en nuestras sociedades sin imponer el terror, la desesperanza, y la incertidumbre interminable, por eso no dudan en destruir hasta las esperanzas de nuestros chicos, con las escuelas cerradas o con poca actividad, y que era el lugar donde los niños se socializaban y se acercaban a la vida en sociedad. La política es la garantía de estos cambios, y en Argentina, el kirchnerismo es su mejor aliado.

Redacción

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