Cuando vivir aislado es la costumbre: ¿Cómo es pasar una pandemia en la Antártida?

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Entrevistamos a Diego Ferrer, uno de los guardaparques que vivieron el año de pandemia desde una pequeña isla en el continente blanco.

Diego posa delante de la Base Orcadas, su hogar durante un año. Créditos: Diego Ferrer-DNA/IAA

La rutina de algunos puede parecernos lo extraordinario. Tuvimos el privilegio de conversar con Diego Ferrer: el es guardaparque y fue uno de los designados para habitar la Base Orcadas el año pasado. Junto a 15 personas transitaron el último año, pandemia mediante, en una isla de solo 20km.

Apasionado por la naturaleza desde pequeño, nuestro entrevistado nos comentó sobre sus inicios y sus motivaciones a la hora de trabajar. Climas extremos, poner la vida en riesgo, dejar a la familia: una tarea para pocos.

Nuestra charla se reproduce bajo estas líneas:

-¿A qué te dedicas?

-Mi profesión es la de guardaparque provincial y tengo una maestría en Manejo de Vida Silvestre.

-¿Qué te llevó a dedicarte a esto?

-Desde chico tengo inquietudes relacionadas a la naturaleza. No sabía si iba a ser guardaparque exactamente, pero sabía que lo que haga iba a tener que ver con la naturaleza. Pero haciendo unos voluntariados en parques nacionales y provinciales de Mendoza me di cuenta de que esto podía ser mi trabajo, mi profesión. Quería dedicarme al 100% a la conservación de nuestras plantas y nuestros animales.

Me gustó y empecé a estudiar: me gradué de Guardaparque en el Instituto Perito Moreno de Buenos Aires. Con ese título me presenté a los parques y pude trabajar en Mendoza, donde vivo ahora, y en Península Valdés.

-¿Tenías alguna fantasía de chico? Referida a esto de estar en la naturaleza.

-Si. De chico yo ya me imaginaba fuera de la ciudad. Vivía cerca de una estación de tren en Vicente López y me la pasaba en los campos cercanos a las vías del tren. Buscaba mariposas, sapos, lagartijas, abejas, flores, de todo. Estaba todo el día ahí: mi mama tenía que irme a buscar cuando no volvía a comer. A veces me encontraba arriba de los árboles, buscando pájaros.

Cuando era chico siempre me imaginé en un ambiente natural: trabajando en la montaña, la selva, cerca de un lago. Nunca fui del ambiente edificado, de los ruidos, de los edificios. Eso es lo que más me marcó de chico.

-Asumo que trabajas en climas muy adversos, extremos te diría. ¿Hay algo que te motive en esos momentos?

La verdad es un desafío. Lo que tiene esta profesión es la variedad de cosas que podes hacer, y siempre te pone a prueba. Como vos decís, a veces tenemos que salir con temperaturas bajo cero: en Antártida tuve que hacer mi ronda con -32°C. En otros ambientes, como Mendoza, podes llegar a salir con 40°C y vientos de 150 km/h.

En cada lugar encontrás desafíos y motivaciones diferentes: a veces hay que buscar una persona perdida o hacer un relevamiento de fauna y salir a tal horario. Siempre hay algo nuevo y eso te motiva instantáneamente. Es lo que tiene de distinto la profesión respecto a otras.

-Debe ponerse mucho en juego a la hora de tener que rescatar a alguien. ¿Has tenido situaciones complicadas en esta labor?

-Mira, yo trabaje 10 temporadas en el Aconcagua. Si bien no soy de los que más rescates hizo, participé de unos 10 o 15. Pero tengo colegas que han trabajado en más de 100 rescates.

Fueron situaciones en las que les salvamos la vida: literalmente, sino se moría esa gente. Los encontrábamos y los asistíamos con nuestro equipo de trabajo.

Aunque uno evalúe el escenario, en cierta medida estás arriesgando tu vida por otro. Los rescates fueron ahí en Aconcagua y en la Zona del Cordón del Plata, donde también se practica alpinismo. He tenido que salir de noche, sin luz solar y con vientos extremos, en un ambiente que es hostil: incluso para los que trabajamos ahí no es nada fácil.

-Excelente. Me llamó la atención esto que dijiste de poner en riesgo tu propia vida. Me da el pie para una pregunta que quería hacerte: ¿Qué tan importante consideras la vocación en tu trabajo?

Creo que acá hay vocación al 100%. Es la vocación lo que te lleva a vivir este trabajo con pasión y sobrellevar el día a día. Nosotros pasamos mucho tiempo afuera de nuestras casas: depende del parque en que estés asignado, pero es normal irse de casa durante dos semanas y no volver. Es una decisión de vida, porque si no tenés la vocación no te va a gustar.

Tengo compañeros que dejan a sus familias para irse a trabajar: incluso han llegado muy justos al nacimiento de sus hijos por estar trabajando. Así que diría que siendo guardaparque la vocación es casi todo.

Créditos: Diego Ferrer- DNA/IAA

-Me gustaría que me cuentes cómo fue tu experiencia en Antártida.

-Antártida es un continente muy especial porque es el único consagrado a la paz y la ciencia. Todos los países que en algún momento reclamaron territorio antártico como propio dejaron de lado esos pedidos y acordaron desarrollar actividades científicas. Es algo que no se dio nunca, y para un guardaparque es como ir a un santuario de flora y fauna. Es un ecosistema muy particular.

Hace años me venía presentando para poder trabajar ahí: los guardaparques nacionales tienen un convenio con los dos entes que trabajan en aquel continente. Como soy técnico provincial, quedaba fuera de ese convenio. Sin embargo, el año pasado surgió la posibilidad de reemplazar a uno de esos guardaparques nacionales. Como tenía antecedentes que me ayudaban, sobre todo los de rescate y trabajar a temperaturas bajas, me llamaron para ir.

En Antártida, los guardaparques argentinos trabajan en la Base Orcadas, que está en el archipiélago del mismo nombre.

La base donde Diego y el equipo pasaron un año. Créditos: Diego Ferrer-DNA/IAA

-¿Cómo fue transitar una pandemia ahí? ¿Les llegaba mucha información o estaban más al margen?

-En Orcadas teníamos internet, aunque no era muy bueno. Pero nos permitía ver las noticias. También teníamos televisión satelital. Seguimos día a día como se fue dando todo pero era un poco raro para nosotros, sentíamos que estábamos en otro planeta. Imaginate vivir en una islita de menos de 20km en la Antártida. Realmente no teníamos contacto con nadie. Las 16 personas que estábamos ahí no usábamos barbijo, porque no corríamos riesgo.

Veíamos como iban dando las restricciones y nos preocupaban nuestras familias. Nos costaba entender que no podían salir, porque los acostumbrados a aislarse somos nosotros. De pronto nos encontramos que en el continente estaba pasando algo parecido y fue algo extraño.

Nosotros estamos adaptados para pasar un año aislados lejos de casa. Pero ver aislarse a gente que tiene todas sus libertades para disfrutar era chocante.

Diego posa en un punto alto de la pequeña Isla Orcadas. Créditos: Diego Ferrer-DNA/IAA.

-Acostumbrarse a eso debe ser una experiencia totalmente atípica, sobre todo para que el es muy social. ¿Qué tenes planeado para este año?

Después de hacer la campaña Antártica a quienes van les dan varios meses de descanso. El gasto de energía física y psicológica que haces ahí es muy fuerte, por eso al volver tenemos tiempo libre durante un par de meses. Yo estoy transitando esa etapa e intento adaptarme a la sociedad en la que vivía antes de irme, con las restricciones que impone la pandemia. También me estoy acostumbrando a eso.

Por ahora el objetivo es disfrutar el tiempo libre y más adelante me reintegraré a mi trabajo de guardaparque. Voy a ver si será acá en Mendoza o si cambio de provincia: quizá hoy estamos en alguna provincia y al mes o al año siguiente nos toca estar en otra área protegida. Tengo tiempo para evaluar posibles destinos.

Guido Raza

Decidí que lo mío era la Comunicación a los 15 años. Soy alumno de la Facultad de Comunicación en la UNC y me especializo en Comunicación Institucional. Elegí La Voz Puntana como el lugar para informarme e informarlos.

31 comentarios en «Cuando vivir aislado es la costumbre: ¿Cómo es pasar una pandemia en la Antártida?»

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